11. En Blanco, experiencias de "claro" (Heidegger) y de procreación (engendrar)


El “claro” apunta hacia una apertura de la experiencia, es decir, hacia la posibilidad de ingresar en un ámbito en el que el “estar” se hace más ligero –menos predeterminado–, y se reconoce abierto y libre; el “claro” es un espacio libre que está allí para convertirse en deseo y potencia. Esto podría pensarse como el corazón de la creación artística, también de las construcciones técnicas y científicas, encontrarse ante un “espacio en blanco”, sin diseños o estructuras previas, en el que hay lugar para que “algo otro” tenga lugar, suceda. En la metáfora del “claro” siempre hay la idea de restauración de un “momento originario”, aquel momento cuando al hombre se le concibe desde su condición de “hacedor de mundo”, de “constructor de habitabilidad”; como aquel para quien la labor fundamental es actualizar constantemente el mundo, en sus presencias, así como en sus carencias y evasiones.

Magdalena Fernández propone, con el conjunto de sus obras, una suerte de “teoría” del habitar que se expone cuando la naturaleza se anima, se infunde, de ideas y emociones. Sin acudir a la “representación” o a los órdenes de la mímesis, en estas obras se produce un espaciamiento; se instala un “lugar-abierto” que no es únicamente un espacio físico –una materialidad– sino también un ámbito sensual y sensible; un “lugar-abierto” que es el vacío –la ausencia– que permite a todo venir-a-la-presencia

SP


La experiencia de la exposición de Magdalena Fernández vive su punto culminante con el díptico 2pm006 y 4mp006 (2006), el cual delínea la genealogía del desarrollo de la artista hasta la pureza de las formas abstractas. La imagen de dos cuadros en negro y blanco flotando en la parte superior de los planos inmersivos de las pinturas móviles de Fernández no sólo es una mera referencia estilística a la pintura de Malévich, sino que reúne la experiencia completa de la exposición Ecos para evocar la unidad de una experiencia consciente.

La superficie blanca de la pintura móvil de Fernández, cuyo perímetro nunca se encuentra demarcado con precisión, sino que está infinitamente suspendido sobre la superficie de sus videos, evoca una imagen de blanco que resuena con una experiencia reflexiva y engendradora. Esto recuerda la importancia del blanco en los discursos históricos sobre arte, lo que a su vez es un guiño a la práctica no representacional de Malévich, y funciona como propuesta de un grado cero en la representación y la epifanía de un pensamiento flotando hacia el infinito. La reflexión de Fernández acerca del blanco aprovecha el concepto y el plan de acción que propone el Manifiesto Blanco (1946) de Lucio Fontana, así como el interés de este artista por explorar los aspectos interiores y exteriores de las superficies pictóricas. En consonancia con estas posturas, el díptico de Magdalena Fernández extiende la compresión de Soto sobre lo virtual mediante la configuración de una experiencia inmersiva. A partir de estas referencias, el blanco de la pintura móvil de Fernández invita al espectador a entrar en el espacio de sus superficies blancas, lo cual hace eco con la pureza de las leyes de la naturaleza y su necesidad temporal. Inmersos en el blanco de sus imágenes, percibimos un pensamiento que es iluminador, a la manera que lo propone Heidegger con el claro del bosque: la apertura y el surgimiento de una experiencia que está, al mismo tiempo, presente y ausente. Más allá de lo que se presenta a la vista, esta iluminación es la apertura a la verdad y a la resonancia de un eco que llama a cuestionar una ética de pertenencia. Lo blanco de la pintura móvil de Fernández reverbera con el poder positivo de la naturaleza y la recreación, para que el espectador viva una experiencia a través del ritmo de un flujo que nunca termina y que está suspendido dentro del marco de la ventana virtual de Fernández.

SB

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