2. La Naturaleza: Substrato de la estructura y la imagen


La naturaleza aparece en las obras de Magdalena Fernández como el cobijo y el destino de la existencia, el origen de todas las formas y figuras así como también de todas las preguntas y propuestas. Una naturaleza que no es sólo una referencia o un postulado, sino que se encuentra en el tejido mismo de las obras, en sus diseños y en las maneras cómo las estructuras se mueven y devienen, en los temas sobre los que cada instalación o escultura reflexiona, en la trama de transformaciones que componen las piezas. De la naturaleza surgen los patrones y las formas como se descomponen y recomponen las retículas; de la naturaleza provienen los ritmos y las variaciones que definen el suceder que es cada pieza (su secuencia de transformaciones). En definitiva, de la naturaleza deriva la idea de “realidad” que fundamenta los ejercicios plásticos de Fernández y que se propone como un flujo vibrante de vida y crecimiento, de formación y transformación, cuyo equilibrio está dado justamente por el cambio constante, y cuya permanencia se instala en ciclos de crecimiento y desaparición.

Esta naturaleza entendida como Phisys, como fuente o fuerza de donde brotan y crecen los entes o los elementos materiales, como potencia de vida y fuerza transicional, permite que las obras de Fernández adquieran una sensualidad –una dimensión sensible y de sentido– dinámica y vibrante, en la que se da lugar a lo imprevisible y en las que, también, el tiempo aparece como una determinación fundamental. En efecto, justamente porque la naturaleza es el sustrato de las imágenes y estructuras de las esculturas y las instalaciones, estas obras agrietan lo puramente espacial, propio de las artes plásticas, desplazándose hacia los ámbitos de la temporalidad, de las lecturas secuenciales y progresivas propias de las artes del tiempo. En efecto, sus estructuras e imágenes parecieran instalarse en un umbral donde el espacio se constituye a partir del tiempo, y éste se manifiesta como construcción espacial.

La condición transicional de estas imágenes y estructuras aparece, en toda su magnitud, en Díptico 1pmS011/1pmS015, donde un entramado de distintas retículas de elementos se superponen unas a otras y, secuencialmente, van saturando el plano hasta sacarlo de sus límites y convertirlo en un espacio hecho momento, hecho tránsito en el tiempo. El tiempo acontece en la secuencia agrietando la plenitud instantánea de la imagen, pero se da también en el enjambre de sonidos naturales y urbanos que guían su desarrollo, sus cambios. Gracias a esa espacialidad que se expone como tiempo, y a esa temporalidad que se inscribe como lugar, la “naturaleza” encuentra en las obras de Fernández una “presencia” sensual que se ofrece como posibilidad para una experiencia de inmersión; para una experiencia que transfigura lo geométrico justamente porque da lugar a que la imaginación se haga cuerpo y cosa.

SP


La atmósfera que permea las instalaciones de Magdalena Fernández está arraigada a un paisaje virtual. A través de la voz de Eco, la artista sugiere una nueva sintaxis que reconfigura la naturaleza mediante la exploración de los aspectos afirmativos de las reconstrucciones, repeticiones y prácticas engendradoras. Su trabajo está caracterizado por un quiasmo que entrelaza reminiscencias de la forma con el despertar de un orden natural, desplazando el movimiento trascendental del pensamiento racional en un enfoque fundamentado en lo radical. En este sentido, la videoinstalación 2IPM009 (2009) resulta emblemática, ya que esta obra presenta una configuración abstracta de secuencias rítmicas reticulares, puntos y líneas, en combinación con la resonancia de la lluvia y las gotas de agua sobre las superficies. Si bien el paisaje de Magdalena Fernández alude a la composición básica de los elementos puros derivados de la pintura abstracta, se encuentra arraigado en una experiencia que engulle y se despliega en el mundo de lo perceptible para revelar un nuevo orden estructural en el eje de su composición artística. En el centro de su poética, Fernández revisa la noción clásica de Physis en relación con las artes, las tecnologías y los nuevos materiales. Como lo sugiere la artista, la epifanía de este acontecimiento, la indivisibilidad de la forma en estructuras y signos, supone una manera de comprender la naturaleza que implica movimiento, temporalidad, virtualidad y una responsabilidad ética hacia el medio ambiente construido. Más allá de las apariencias, la artista despliega el juego de la naturaleza para revelar el surgimiento de ritmos, dynamis, flujos y resonancias, tal como es posible observar en la elección de reconfigurar elementos vibrantes como el agua, la luz y el sonido, a través de un registro abstracto. Los campos pictóricos inmersivos que se aprecian en 2Ipm009 (2009) muestran los trazos del quiasmo de líneas verticales y horizontales, y revelan un nuevo orden de composición geométrica que aflora a partir de la revelación de la naturaleza y la reverberación de los signos sobre la superficie. Lejos de la forma y el objeto, la investigación sobre la naturaleza que hace Magdalena Fernández examina la reducción fenomenológica de la práctica minimalista para explorar la manera en que la naturaleza es relevante en nuestra experiencia consciente y afectiva.

SB

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