Magdalena Fernández en el Museo de Arte Moderno Jesús Soto
2i997 o Los contornos de lo visible


La investigación realizada hasta el momento por la joven artista Magdalena Fernández, puede ser descrita muy brevemente. Su labor ha consistido en la construcción de una serie de modelos reticulares en los cuales se establecen una variada y bella -por que no decirlo- cantidad de relaciones espaciales. tarea que, por lo demás, no la distancia del quehacer de mucho de los artistas constructivistas de nuestro siglo. Sin embargo, hay una serie de rasgos muy característicos en sus obras, como lo son:  la carencia de efectos ilusorios, la necesidad de mostrar las propiedades inmanentes de los distintos materiales, una constante búsqueda de principios dinámicos (esas armonías tan características, hechas de repeticiones y fracturas), el visible interés en presentar las nociones elementales de la geometría espacial, en fin, el carácter etéreo de sus piezas.

Toda su propuesta, que podríamos definir, como un minucioso examinar la dinámica de los cuerpos simples en el espacio; me lleva a comparar su acérrima búsqueda, con la paciente labor de los místicos pitagóricos, en su afanosa comprensión del arché o esencia del cognoscible cosmos. Quizá por esto, me atrevería a decir, que la invitación implícita que anima la mayoría de sus trabajos, más allá de la simple observación, manipulación o experiencia concreta, nos induce a la contemplación del figurarse y transfigurarse de lo intangible. Sus estructuras hacen visible la frágil armonía adyacente a la mirada. Dibujante de lo etéreo, su obra parece delinear el sombrío perfil de lo oculto, sobre un fondo, por lo demás, ausente. Dibujo cambiante y originario, libre de corporeidad, que cela el enigma de la visión.

Magdalena hace del punto y la línea, entidades concretas, finitas, no abstractas.  Mostrándonos su prístina belleza, despierta en cada uno de nosotros, el placer de la mirada primordial:  ése que devela la frágil armonía que rige a los cuerpos.  Un saber, que los antiguos llamaban filosofía natural, y, que hoy, en nuestro delirio instrumental, se ha convertido en severo dictamen, denominado, pretenciosamente, física. Quizá sea precisamente la sencillez de su propuesta, esta suerte de primigenia revelación, la que hace que la sensación de frialdad minimalista que se obtiene en un primer momento ante sus obras, sea paulatinamente sustituida por la curiosidad que genera el enigmático candor de sus formas, su delicado fluctuar, su ingrávida sustancia. El espacio para Magdalena no es una constante inmóvil donde se presentan los cuerpos, como en un escenario; más bien, serán los cuerpos a generar y fundar su entorno:  infinita red de relaciones que determinan o instauran, en última instancia, la trama espacial.  Algunas de sus obras inventan espacios y otras pueblan salas enteras;  en ambos casos la constante es la de establecer relaciones entre cuerpos distintos -ya que distantes- en un determinado lapso de tiempo.

La obra que lleva como título 2i997 (monograma que simplemente nos indica de que ésta es su segunda instalación en lo que va de año) no está desprovista de las características anteriormente descritas. Con la feliz novedad, de que en esta oportunidad, la artista logra minimizar las referencias físicas del ambiente, oscureciendo la sala; además de incrementar la levedad de su trabajo con el empleo de líneas luminosas. Se trata de un enorme, y más que nunca etéreo, móvil flotante; realizado con tubos transparentes forrados internamente con una película transmisora y difusora de luz (Scotch Optical Lighting Film), en cuyos extremos están colocados una pequeña fuente luminosa y un espejo. ¿Pero cómo explicar esta experiencia noctámbula en el vientre cetáceo de un museo? ¿Estamos, acaso, ante una nueva profeta, Jonas de la continuidad abstracto-geométrica? ¡Continuidad histórica, no inventada! ¿Cómo describir el mórbido balanceo de la luz? ¿El hondo silencio que lo acompaña? En pocas palabras, ¿Cómo narrar las extrañas y fascinantes sensaciones que invaden a cada uno de los espectadores?... no creo que sea posible.

Lo que sí puedo decir, es que Magdalena Fernández -curiosa disidente de la contemporaneidad - logra mostrarnos, con mayor eficacia que nunca, la leve arquitectura que sostiene la trama de lo visible, esa silueta profunda que se erige como frontera de la percepción. A través de esta singular estructura, océano de coordenada móviles, la artista consigue ilustrar el constante fluctuar y devenir de los cuerpos en el espacio.

Juan Carlos López Quintero
Revista "Estilo"
Año 8, No. 32
Caracas, 1997

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