Acerca de las Estructuras Elásticas

La idea de que existe algún tipo de conexión entre la idealidad —el pensamiento, el proceder racional— y la materialidad —la naturaleza, el mundo físico— ha sido un supuesto esencial sobre el que se han sustentado el saber y el hacer en la cultura occidental. A lo largo de la historia estos vínculos han asumido distintas formas: han sido pensados como semejanza, conveniencias y equivalencias, como fundamento y ordenamiento; en este sentido, la “razón” se ha encontrado en las leyes internas de funcionamiento del mundo físico y natural, y las operaciones vitales y productivas se han usado para comprender los actos del pensar y sus construcciones.

En las artes plásticas, en la historia de la representación visual, estas conexiones han desempeñado un papel central tanto en la mímesis figurativa como en la abstracción, aportando las fórmulas necesarias para impregnar las obras de espiritualidad o para hacerlas “lugares” autónomos, escenas de una realidad imaginaria. En el arte moderno son especialmente determinantes, ya que gracias a ellas lo real se comprende en términos de orden y racionalidad, y los esquemas reticulares se infiltran en todos los ámbitos de la existencia. En sus diferentes manifestaciones, la modernidad artística las concibió “analíticamente”, de modo tal que pudo encontrar en esos ordenamientos racionales —en la geometría y sus regularidades— el sustrato estructural de lo visible, el fundamento de la presencia, y pudo, también, transformar ese cimiento en una expresión “espiritual” desde la que convertir las “obras” en encarnaciones del hacer y del poder de la subjetividad.

En este sentido, la idealidad representa —en el arte moderno— un modo pleno de expresión que podía dar cuenta del mundo desde instancias universales, permanentes y absolutas, que podía transfigurar las apariencias en fórmulas generales y definitivas. Por ello, para el arte moderno la apelación a los órdenes geométricos involucra una exploración, una indagación, que se adentra en aquello que permanece (la esencia) de la realidad, sea esta natural o cultural, en aquello inalterable que persiste a los cambios y construye la unidad de las presencias. La abstracción se ha propuesto como un “despojar” de cualidades sensibles y variables, de diferencias y divergencias, un simplificar o sintetizar que le permite al objeto artístico ingresar en los ámbitos de la subjetividad. Aun las abstracciones latinoamericanas que en muchos casos flexibilizan los esquemas reticulares y racionales haciéndolos sensuales, apelan a la misma idea de entender la geometría como el orden interno de lo real y de la presencia.

Atendiendo críticamente esa tradición abstracta y constructiva moderna, “citándola” e interpretándola, las obras de Magdalena Fernández hacen justamente lo contrario, disponen de la geometría —lo ideal— para explorar no el sustrato universal y permanente de los cuerpos y las presencias, sino su condición “dinámica” : su devenir, sus cambios y transformaciones, sus movimientos. Las estructuras elaboradas por Magdalena Fernández son móviles —movientes— y devienen —se hacen otras de sí—; gracias a ello se hacen cargo de la physis: la fuente o fuerza de donde brotan y crecen los entes o los elementos materiales, la “naturaleza” entendida como potencia de vida. En sus obras las estructuras, o las imágenes abstractas en el caso de los videos, adquieren una sensualidad que no solo se manifiesta ondulando o curvando los esquemas reticulares, sino que aparece también como incorporación de lo imprevisible, de flujos, vibraciones u oscilaciones que las dinamizan y vigorizan, y que además les otorgan temporalidad. En efecto, sus piezas se erigen en las fronteras de lo geométrico o lo constructivo, en sus bordes, en sus momentos límites, debido a que exploran las potencias propias de la physis, de lo vital, abriéndose con ello a contener y promover intrínsecamente sus variaciones y transformaciones, su propio des-armarse.

En la exposición Estructuras elásticas, que se presenta en la galería Carmen Araujo Arte®, Magdalena Fernández explora diversas dinámicas a las que se pueden ver sometidas las estructuras reticulares cuando se trastocan y transforman sus tensiones, cuando tanto visual como físicamente las relaciones de fuerzas se descentran o se desplazan levemente. Estas piezas son volúmenes suspendidos, construidos a la manera de un entramado de líneas que se unen entre sí gracias a unas esferas, y que se mantienen en un equilibrio variable, en una relación inestable, debido a las potencias móviles que se desatan al interior mismo de la estructura. Ese conjunto de tensiones desplazadas, esos entramados descentrados, se convierten en vectores capaces de producir alteraciones físicas y visuales en el sistema, gracias a ello, las “estructuras” se expanden temporalmente a través de sus constantes mutaciones, se convierten en “sistemas” que, forjados a partir de un conjunto de puntos materiales, incorporan a su propio ordenamiento el movimiento como una variable esencial.

De manera semejante, los dibujos —elaborados como una glosa de las variaciones temporales de los volúmenes— comentan y recapitulan, amplían y esclarecen, en las activaciones, oscilaciones y excitaciones de las líneas, en la vacilación que introducen en el reino de las formas, esa comprensión dinámica de la realidad que asume el cambio y el movimiento como tendencias naturales, internas, que aluden a la idea de conatus: ese ímpetu originario que teje de tiempo y continuidad las transformaciones, que engloba potencialmente los cambios, y que entiende esa conexión entre lo ideal y lo material como una “relación teleológica” entre lo natural y lo moral.

En este sentido, en estas obras se hace visible, se evidencia, cómo al desplazar o modificar las relaciones entre las fuerzas, al alterar las tensiones, las estructuras reticulares se trastocan y agitan, se flexibilizan y se hacen maleables, y se mantienen en un equilibrio —reposo— dinámico, es decir, un equilibrio que es siempre también potencia de movimiento, posibilidad de mutación. Las diversas piezas, sean volúmenes suspendidos o esculturas, dibujos o entramados, se presentan como unos tejidos de líneas y puntos estremecidos, vibrantes, agitados en los que las estructuras se descentran y desplazan, relatando visualmente los tránsitos energéticos que constituyen el soporte de lo vital, de todo aquello que crece, que brota, que actúa.

De forma semejante, la instalación in situ que ocupa una de las salas, es un entramado de líneas elásticas y esferas de metal que se apropia de un lugar para hacer visible el misterio que rige la dinámica de los cuerpos —del mundo, de la physis— y que hace posible el tránsito entre lo potencial y lo cinético, la concreción del movimiento y la transformación, de la mutación y la renovación constante que articula la realidad y la convierte en existencia viviente y vital, en actividad y suceso. Esta instalación es una suerte de “diagrama”, un bosquejo, una expresión gráfica y volumétrica, en la que se hacen presentes los complejos sistemas de fuerzas y tensiones que producen las alteraciones, mutaciones y metamorfosis que se dan en la naturaleza, en la realidad cotidiana, en el mundo que nos rodea.

Un diagrama móvil, un esquema dúctil, que se mueve al contacto con el cuerpo humano, que puede ser tocado y alterado. En las líneas se hacen presentes las fuerzas, las tensiones, en las esferas se concretan las relaciones y articulaciones, en el tejido —el entramado— se evidencia la compleja conexión que gobierna y conduce el tránsito de la potencia al acto, de la posibilidad de ser otro a la concreción de darse como cambio, crecimiento, devenir y desarrollo. Estas líneas y esferas crean un diseño que semeja una “implosión” y con ello aluden a una creación inmanente, es decir, apuntan a esas transformaciones causadas por fuerzas internas, por tensiones inmanentes, gracias a las que se da, existe, la vida.

En las Estructuras elásticas provocar el movimiento no es la finalidad última de la obra, más bien es el “medio” o la “metáfora” a partir de la que Magdalena Fernández entiende y formula esa conexión entre la idealidad —el pensamiento, el proceder racional— y la materialidad —la naturaleza, el mundo físico— en términos de fuerza, de potencia. Una fuerza activa que no es pura acción, tampoco mera capacidad de movimiento, sino que es potencia de actuar que conduce por sí sola a la acción, una suerte de elemento que reúne en una misma instancia los dos ámbitos u órdenes, y que trama un mundo en constante transformación.


Sandra Pinardi
Caracas, 2019
versión en inglés
  regresar