La atmósfera como obra de arte

Normalmente vamos a una exposición buscando objetos, aislados o en instalaciones, en los que fijar nuestra atención; objetos que contemplamos, analizamos, que nos atraen o repelen, distribuidos en un espacio neutro que los contiene. La exposición Aires de Magdalena Fernández en la Sala Mendoza (noviembre-diciembre 1998) trastoca esta presunción, haciendo del espacio expositivo parte de la experiencia artística y apelando a nuestra percepción a partir de la inmaterialidad.

La Sala Mendoza se convierte en una gran instalación en la que existe una presencia inmaterial, una atmósfera, un “aire”, que produce sensaciones que oscilan entre sobrecogimiento y tranquilidad. Al entrar nos encontramos con el espectáculo de unos grandes círculos de luz en el techo, en los cuales se refleja el movimiento rítmico y continuo de ondas de agua que forman una retícula orgánica. El origen del movimiento son unas fuentes de luz, con agua y motores, que se funden con el espacio, son objetos neutros que contienen el dispositivo del espectáculo lumínico. La obra está constituida por luz, reflejos y ritmos cinéticos, y podemos caminar entre ella y dejar pasar el tiempo, mientras captamos diferentes impresiones.

El recorrido sensorial continúa hacia un espacio oscuro, donde unas sombras en movimiento atraen nuestra atención y reconocemos apenas nuestro reflejo en una línea de espejos, para desembocar otra vez en un espacio de luz donde se proyecta un video con movimientos de agua y de fuego, elementos que junto con el aire son el fundamento de la muestra. El recorrido natural nos lleva hacia una habitación oscura, donde baila un fuego en un recipiente de vidrio.

La descripción del recorrido nos lleva a lo inenarrable, que son las sensaciones que despierta en cada espectador las experiencias que conforman esta exposición. Del amplio espectáculo de luz pasamos al recogimiento en la contemplación de un fuego que parece surgir de la nada. En lugar de objetos encontramos ambientes que recorremos y percibimos, y la experiencia artística se acerca a la mística. Pasamos a formar parte de la instalación, de la obra misma. La artista da gran importancia a lo que el espectador percibe, no sólo con la intención de confundir sus sensaciones, sino de crear a través de ellas estados anímicos particulares.

Esta depurada exposición resulta de una consecuente investigación de Magdalena Fernández sobre la percepción, el movimiento, la inmaterialidad o desaparición de las estructuras, la transformación del espacio, la luz y la transparencia. Algunos de estas vías de investigación coinciden con las de los artistas cinéticos de las décadas del 50 al 70, como son el juego perceptual, la búsqueda de la inmaterialidad de los objetos, la utilización de elementos mecánicos para la creación de movimientos, el trabajo sobre la luz y los ritmos dinámicos. Fernández da continuidad y profundiza en estos planteamientos, los cuales alimenta con nuevas teorías tanto científicas como artísticas, además de contar con elementos técnicos más sofisticados.

Dentro de la trayectoria de la artista encontramos en Aires un cambio importante respecto a sus exposiciones y obras anteriores, y es que se refuerza la idea de la inmaterialidad, desaparece totalmente la estructura sutil sobre la que venía trabajando en exposiciones individuales tanto en el Museo Soto como en la misma Sala Mendoza. También es la primera vez que apreciamos un video de la artista.

La experiencia de la exposición Aires es difícil de describir y casi imposible de fotografiar, por la transmutación constante que es la instalación misma, por lo que invito al espectador a visitar la sala y apreciar el trabajo de una de nuestras mejores artistas contemporáneas, quien obtuvo recientemente el Premio Arturo Michelena por su participación en la 50 edición del Salón en el Ateneo de Valencia.

Sonia Casanova
Revista "Estilo"
Caracas, noviembre 1998